octubre 01, 2011

Jair Barbosa periodista y escritor fosqueño

Damos a conocer una crónica escrita por nuestro paisano Jair Alexander Barbosa Agudelo, periodista y escritor, con la que ganó el I Concurso de Crónica "Cronistas al minuto" de la universidad Minuto de Dios. La tituló "FUE SU CULPA", donde refleja la cruda realidad de la drogadicción en las altas esferas de la sociedad Bogotana y otorga al personaje central de la historia la voz para que cuente su propia historia con un toque de sarcasmo y humor negro.

Jair nació el 14 de marzo de 1985, en Fosca Cundinamarca.Desde su paso por el bachillerato en la
Institución de Desarrollo Rural del municipio, dejo ver un gusto latente por la literatura costumbrista y de allí su interés por escribir historias relacionadas con costumbres arraigadas e injusticias sociales.
En el año 2003 ingresa a la Corporación Universitaria Minuto de Dios e inicia sus estudios de Comunicación Social -Periodismo. Allí participa en distintos concursos literarios, entre ellos el Primer Concurso de Cuento Corto Uniminuto en el que ocupa el segundo puesto con su cuento Y Fue Líborio. También participó en el Concurso de Cuento Nacional Tomas Carrasquilla y en el XXI
Concurso Nacional de Cuento Corto y Poesía organizado por la universidad Externado.

La crónica ha sido su genero predilecto y se ha destacado por escritos periodísticos como: Bogotá con Indiferencia, crónica en la que denunció el trafico y movilización abrupta de personas en estado de indigencia por parte del gobierno distrital del Luis Eduardo Garzón la cual participó en el concurso de crónica del Circulo de Periodistas de Bogotá CPB.

FUE SU CULPA

Hoy viernes debería estar en una junta de Directores del Banco de la República discutiendo quizás temas bursátiles en donde la alegría se desvanece como la arena de un reloj, o en alguna Asamblea Gremial, o tal vez discutiendo de forma comprometida, como se hace siempre, algún proyecto de ley en el Congreso de la República. Pero no preparé nada para ir allí. Esta mañana tuve que salir deprisa porque la Policía estaba haciendo redadas en el puente de la carrera 7ª con Calle 26 y sólo alcancé a recoger el costal de fique, mi fiel amigo, que guarda los más íntimos detalles de mi mugrosa vida y un ladrillo desgastado que uso a diario para recostar mi endosa melena. Me resiento por no haber alcanzado a tender mi cama, o mejor a recoger el cartón en el que pasé la noche y así evitar que se emparame con el torrencial aguacero que está cayendo y que tiene empapados mis descalzos pies.



Pero volviendo a la realidad macabra que me acompaña, estoy casi seguro que en este preciso momento, podría estar al interior del recinto legislativo promulgando una Ley que ayude a las personas desfavorecidas, es decir, a los familiares de los congresistas. Y no estoy lejos de ello, pues desde el frío y desgarbado andel en el que me encuentro, son pocos metros los que me separan del lugar en donde se hacen las leyes. Y no solo conozco los exteriores del apreciado Congreso, sino también los pasillos, los salones de las comisiones y el Capitolio que hace más de 25 años fue el testigo de la incursión tímida de un joven Abogado y Economista caldense que quería ser importante y reconocido, como me lo había pedido mi madre el día en que un cáncer de páncreas se la llevó de este mundo. Ella era Teresa Patiño, matrona reconocida de Manzanares Caldas, quien desde su morada celestial debe estar orgullosa de Eduardo, su único hijo, más aún cuando éste cree, que lo celestial será un bálsamo que curará el dolor que lo embarga cada vez que se despierta y se encuentra con que no ha podido dejar de vivir.

Pero mientras mi madre intercede intensamente por mí, yo esta tarde podría haber programado un almuerzo con cualquier Director de Partido, algún Ministro respetable o quizás algún Periodista que anduviese en busca de una chiva. Pero lastimosamente no valdría asistir porque tengo que estar puntual a las dos de la tarde al frente de la frutería de la octava, pues a esa hora sacan la basura y hay que ver qué se encuentra de comer allí. Posiblemente se les haya dañado la papaya proveniente del eje cafetero, o las uvas de Palmira se hayan magullado por el largo trayecto, y no puedo darme el lujo de perderme de ese manjar. Porque ante todo debo reconocer que sigo comiendo de forma organizada y con un alto grado de nutrición, como lo solía hacer hace algún tiempo. Ayer, por ejemplo, al almuerzo subí mis niveles de calcio pues me la pase toda la tarde escudriñando las espinas que la pescadería de la carrera 6ª con calle 20 dejan afuera de sus locales comerciales. Esta noche posiblemente adquiriré unas reservas considerables de carbohidratos con el agua de panela que Rocío Zambrano me regala después de la 9:20 de la noche en el restaurante Sazón Campesino, por ello si me invitarán a algún cóctel después del lanzamiento de un libro o de una exposición de arte, tendría que decirle que no, lastimosamente. Y mañana podría hacer una infinidad de actividades pero no puedo porque tengo que hacer otras tantas. Y desde hace nueve años esa es mi vida.

Una dualidad compuesta por lo que yo hubiera podido ser y por lo que realmente soy a diario. Pero a pesar de todo no me arrepiento de lo que soy, porque soy lo que soy y he vivido en dos mundos distintos que buscan destruirse entre ellos. Hoy, por ejemplo, completo nueve días sin bañarme y no siento asco de mí, sino de quienes me miran con desprecio e indiferencia en su mundo de exclusiones. Hace nueve años esas personas que hoy me maltratan con su gestualidad y su arrogancia desdeñable, imploraban de mi parte un estatus social y económico. Estos que se acaban de cambiar de anden para, según ellos, evitar la mugre de la cual soy sinónimo, hace 9 años me tendían tapetes para que no me empuércara mis pies, que hoy completan un año sin zapatos.
Según eso hace menos de diez años yo era alguien y entonces hoy ¿Quién soy?, ¿Deje de ser humano?, desde el momento en que deje de vivir en un lujoso apartamento en el barrio Chico Norte ¿Perdí el estatus social? y en el momento en cual deje de trabajar en la Alcaldía de Bogotá ¿ Deje de ser útil para la sociedad?. Quizás para los burócratas que acudían a mi oficina pidiendo empleos y recomendaciones, y para quienes en general viven en ese otro mundo banalidades, tal vez sí.

Según lo anterior, cada vez que Eduardo Zambrano tiene que buscar sobras de comida en la basura, se está reversando la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, al pasar de ser un animal superior - o producto interesante - a un animal despreciable y nada envidiable; la mirada que acaba de disparar esa irrespetable señora de gabán y peinado prominente sobre mi inerte cuerpo, así lo refleja.

Hoy, estando acá tendido en un anden, anden por el que cíclicamente transité, pero mil veces ignoré, comprendo que en Bogotá esos dos mundos se dividen geográficamente y socialmente. Por un lado se encuentran quienes tienen un estatus sociopolítico, trabajan con el Estado o en grandes corporaciones privadas, habitan grandes domicilios al norte de la ciudad y viajan constantemente a playas paradisíacas del país y del mundo y, por el otro, estamos quienes tenemos la ciudad como casa, lugar de trabajo y sitio de recreación. Pero hay entre esos dos mundos un común denominador que los ata como el cuerpo floreciente de una flor, y son las drogas.

Ellas son capaces de inmiscuirnos a todos en un universo de alucinaciones voraces que destruyen el hilo divisor de la escatagema social. A través de ellas la vida se convierte en una ruleta sin eje que nos adentra en un hilar de vaivenes, en los que temporalmente se sube al cielo y luego se aterriza en el infierno. Un cielo, por ejemplo, fue el que viví al lado del alcalde Antanas Mokus, de sus secretarios y del mundillo elitista de la política y la administración pública mientras me desempeñe como coordinador del Plan de Inclusión Social.

Un proyecto que buscaba reducir cuantitativamente los índices de personas en estado de vulneración, drogadicción e indigencia. El interés cuantitativo permeó a tal profundidad la campaña que la proyección que se aplicó con dicha población fue netamente monetaria y no social. Y el infierno mío no fue haber caído en las drogas por el contacto indirecto con dicho mundo y deambular diariamente por las calles de una ciudad indolente.

Mi pesadumbre fue la de haber visto al drogadicto en ese momento como un ser aniquilado y rematado por mi indiferencia a través del tenue contacto que tuve con ellos en pro de un resultado. La intención del Alcalde era benigna, pues pensar en niños y jóvenes que antes de cumplir sus 18 primaveras ya habían transgredido su voluntad por medio de las drogas era loable. Y el alcance del proyecto se diluyó, cuando no respondí a tan grande compromiso..

Hoy, 30 de septiembre de 2008, soy un drogadicto que en una misma inhalación conjuga el cielo y el infierno, que un mismo día visita las zonas aledañas de la Presidencia de la República y de la antigua calle del cartucho y alguien que en un abrir y cerrar de ojos comprendió que la humanidad usa y se destruye así misma cuando traspasa el mundo de las alucinaciones e ingresa al mundo de la maldita realidad.

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