Historia

ORIGEN
Existen varias versiones sobre el origen de su nombre: Una que Fosca en Chibcha quiere decir fortaleza de zorra, de Fo, zorra, y Cu, fortaleza con S intermedia. Otra es que Fosca se deriva de la palabra "Foscum" que significa "tierra enmarañada", "Bosque donde vierte agua", y también "La Fortaleza de la zorra". Según alguien del pueblo otro origen de la palabra Fosca puede ser italiano, dice que en la Isla de Torcello(Italia) hay una Iglesia erigida a nombre de Santa Fosca, una santa que los Romanos sacrificaron por el año 800. Puede ser que algún Italiano llegó hasta Fosca y dejó abandonado en alguna parte su San Antonio, que luego alguien lo encontró y lo llevó para el sitio que actualmente es la cabecera municipal, dando origen a la fundación del Pueblo.

FUNDACION

Los primitivos pobladores fueron los Maus y Macos y los Guapis o Buchipas en cuyas tierras los Chibchas mantenían una guarnición de Guechas para vigilar sus fronteras.
El descubridor de estas tierras fue el Capitan Pedro de Limpias, quien llegó en 1539 procedente de los llanos de San Juan u Orientales.
El pueblo aborigen estaba situado en sitio llamado "Placitas" al sureste del actual en la parte alta de las riberas del Sáname.
El 5 de febrero de 1627 el Oídor Juan de Valcárcel, quien no encontró propició el lugar que habitaban los indios lo trasladó a un sitio sobre el río Sáname, donde los pobló y fundó el pueblo de los indios de San Antonio de Fosca.
En el libro octavo de bautismos de la parroquia, primero se encuentra la más antigua partida data de 1664, firmada por Pedro García de Fiqueroa. El 17 de diciembre de 1755 la Junta General de Tribunales de Audiencia dispuso la extinción del pueblo de Fosca y su agregación al más inmediato.
En la visita del Oídor Aróstequi y Escoto, el Censo que hizo de los indios resultaron 136 en total y 250 blancos en 52 familias.
En la diligencia de Moreno y Escandón de 5 de enero de 1779 los indios habían disminuído a la cantidad de 120 y en cambio los vecinos estaban aumentados en 72 cabezas de familia con 359 almas.
Tal hecho significaba la inmediata extinción del pueblo indio y la fundación de una nueva Parroquia de Blancos. No se encuentra constancia de la fundación de la Parroquia de Blancos en el sitio que actualmente ocupa el poblado de Fosca, que debió ocurrir a finales del siglo XVIII.
El nuevo poblado vino a fundarse entre 1779 y 1789. La construcción de la Iglesia comenzó hacia 1815 por el Cura Benjamín Peña, quien trajo al maestro de obra Antonio Camargo de Une, se hizo a un lado de la antigua, la segunda que era de tapia pisada y torre de espadaña, demolida hacia 1940, en cuyo lugar se edificó el colegio Parroquial.
Hechos Notables: El 18 de enero de 1744 el Cura Vicario D. Salvador de Urquiza dió poder al Procurador Hipólito de la Barrera para gestionar la reconstrucción de la iglesia, destruída en el terremoto del año anterior. En el cerro El Herrero se adjudicó en 1889 una mina de galena argentífera o Lisímaco Palau y al poeta José María Rivas Groot.

LOS PANCHES

Muchos de los pueblos próximos a Ubaque son pueblos de frontera del territorio muisca por lo tanto poseían "guechas"; de la misma manera, es preciso recordar que los caciques de los pueblos de frontera recibían la denominación o apelativo de Usaque.
¿Quiénes eran los guechas? El padre Simón refiriéndose a los panches -acérrimos enemigos de los muiscas-, advierte que "Por ser belicosos..., tenía el Bogotá en los pueblos de las fronteras de los panches, que eran FOSCA, Tibacuy y Ciénaga, ciertos indios que llamaban guechas: hombres de grandes cuerpos, valientes, sueltos, determinados y vigilantes, a quienes les pagaban sueldo, plazas aventajadas, por mejores soldados. Estos andaban siempre trasquilado el cabello, horadadas las narices y labios, y a la redonda de todo el circuito de las orejas atravesados por otros agujeros que de los labios y narices eran también para poner de los mismos, pero aquí no se los ponían hasta que iban matando indios panches, de manera que cuantos indios mataban, tantos canutillos de oro fino se colgaban de las narices y labios. (Simón: 1981: III: 213); según prosigue Simón estos guerreros eran buscados por todo el reino y llevados ante el Bogotá para instruirlos en sus quehaceres y enviarlos a las guerras con los panches donde podían demostrar sus habilidades y según su desempeño les reconocía en muchas ocasiones como caciques de los pueblos donde no había heredero legítimo.
Alcedo se refiere a los guechas como al "nombre de un cuerpo de tropas de infantería que tenían los zipas de Bogotá..., era tropa escogida, porque se elegían entre los más robustos... esta milicia era la de más confianza que tenían aquellos príncipes" (Alcedo: 1787: 2: 335).
¿Quiénes eran los usaques? De igual manera, al hablar del cacique de Bogotá o Bogote Bsaque, Simón explica: "Este nombre Bsaque o Usaque es lo mismo que entre nosotros duque, el cual tienen también otros caciques del reino, en especial los que estaban en fronteras de sus enemigos, pero a este vocablo Usaque se añadía este Bogote, con que significaban mayor el cacique y señor de todos los demás usaques" (Simón: 1981: III: 156; Mantilla: 1986: 81). ¿Cuáles eran estos usaques dependientes de Bogotá? En algunos expedientes de pleitos sobre jurisdicción y posesión de tierras entre encomenderos e indios o entre indios se encuentra acompañado el nombre del cacique que es el mismo nombre del pueblo con el de Usaque esto sucede en los pueblos de Teusacá y Fómeque (AGN: Colonia: VC: 5: 663r); o en el de Susa (AGI. Sección Justicia: 618: 1430v). En el pleito por tierras entre Teusacá y Fómeque, Antonio o Teusacá Usaque señala que "los caciques e prencipalmente los usaques que teníamos fronteras las tierras calientes que entre el un pueblo y el otro había se repartían entre los dichos caciques y indios y es así que entre este pueblo y el de Fomeque-Usaque hay tierra caliente...".

LOS MUISCAS

A la llegada de los conquistadores españoles los muiscas habían alcanzado un alto nivel de organización sociopolítica, enmarcado en el concepto ampliamente difundido de cacicazgos, en donde los excedentes de producción se utilizaban para el sostenimiento de labores especializadas de tiempo completo en el campo político, económico y artesanal, y el poder político tenía un carácter permanente, heredado familiarmente (Hernández, 1978; Broadbent, 1964; Falchetti, Plazas, 1973; Reichel-Dolmatoff, 1986; Londoño, 1988, 1992; Langebaek, 1992).
La economía de los muiscas se sustentaba en la explotación microvertical de productos agrícolas (maíz, papa, cubios, ibias, chuguas, arracacha, batata, según el clima), cuya productivi-dad es considerada alta en virtud de las tierras tan fértiles y climatológi-camente privilegiadas. Lo producido en los cultivos era complementado mediante el intercam-bio con grupos vecinos de diferentes pisos térmicos, la domesticación de curí y quizá de patos; la cacería y mantenimiento en corrales de venado y otros animales de monte; la pesca y la recolección de crustáceos e insectos aportaban proteínas adicio-nales.
La pobla-ción se encontraba dividida en varios estratos sociales, la alta jerar-quía habitaba en grandes casas rodeada de cercados. La vivienda muisca en sí poco se conoce por cuanto son escasas las excavacio-nes sistemáticas de sus yacimientos, pero se plantea la construc-ción de aterrazamientos y la elaboración de plantas de forma circular de aproximadamente 3-8 m de diámetro. Su vivienda era en casas de paja bajitas y pequeñas por causa del frío y la falta de leña (Rei-chel-Dolma-toff, 1986; Boada, 1987; Botiva, 1988).
Los cronistas describieron la vivienda de la siguiente manera (Fernández de Oviedo, 1979:125):
"Sus moradas son casas de madera, cubiertas de paja a dos aguas. Hay chicas, grandes y mayores, según la calidad del morador o señor de la casa, e las muy principales es cada una como un alcázar cercado y con muchos aposentos dentro y es cosa mucho de ver la pintura y polidos primores de los tales edificios, y los patios e otras particularidades".

Los matrimonios se realizaban, por lo general, entre miembros de diferentes bandos, aunque "no existía ninguna desaprobación en contra de matrimonios entre personas de la misma parte" (Broad-bent, 1964:33-34). Al analizar la organización social y política de los muiscas mediante el estudio de las fuentes escritas, François Correa (1999:16) concluyó que los muiscas se habían guiado por un sistema de clasificación social según el cual: a) Los grupos domésticos estarían constituidos por familias nucleares o complejas; b) Los grupos de filiación local se hallarían arreglados de manera que un conjunto de hermanos residirían cada uno con sus esposas e hijos en unidades domésticas próximas encabezadas por un ¨hermano mayor¨; c) Por fin, será legítimo que miembros de la misma unidad de filiación de la generación anterior, vale decir el citado ¨hermano de la madre¨ de quienes aquellos reciben sus derechos, formaron parte del grupo local de acuerdo con la regla de residencia avunculocal¨. Los muiscas se habrían organizado según el autor (Op. Cit.: 18), de acuerdo a una estructura que ¨distribuía el ejercicio político en el espacio de acuerdo con la relación entre unidades segmentarias emparentadas entre sí por vía materna¨. Los matrimonios eran poligínicos, pudiendo el novio tener tantas mujeres cuanta disponibilidad económica y social poseía, teniendo en cuenta que la alianza social se realizaba entre grupos sociales y no entre individuos. Los asentamientos eran tanto nucleados en pequeñas aldeas, como dispersos en casas aisladas integradas por grupos nucleares. No se ha confirmado la existencia del "Valle de los Alcázares" ni de palacios como lo describieron los cronistas del siglo XVI.
El lugar de residencia de la familia era avunculocal (residencia en la comunidad del hermano de la madre), es decir, la residencia de los miembros de una misma línea vista en generaciones consecutivas se alternan, en donde una vez casada la hija, ella retornaría al grupo doméstico de donde pertenece su propia madre, mientras que los hijos varones permanecen con el padre (Correa, 1997). Este sistema genera una mayor movilidad de las mujeres, ya que proceden de diversos pueblos y nunca son originarias de la localidad del cónyuge, esperándose, por consiguiente, una disminución de la variación intergrupal y un incremento de la variación intragrupal para el sexo femenino, tal como se aprecia en sistemas matrilineales (Lane, Sublett, 1972; Rodríguez, 1992).
La unidad de la organización social muisca estaba constituida por las capitanías o parcialidades, grupos exógamos matrilineales a nivel intralocal, endógamos en sentido interlocal, cuyo poder lo heredaba el sobrino, hijo de la hermana del cacique, "[...] porque decían que con esto se aseguraría la conservación de la sangre noble, que entre ellos fue también estimada como en las demás naciones del mundo" (Simón, III: 195). En realidad, lo que se pretendía era garantizar el control del poder político en el seno de determinados linajes, que se mantenía mediante el intercambio de mujeres. Así, el cacique de Bogotá era sucedido en primer lugar por sobrino residente en Chía; el sucesor de Tunja provenía de Ramiriquí; el de Sogamoso era de Tobasía, Firavitoba o Coasa; el cacique de Cáqueza procedía de Fustoque o Chuquene, estableciendo de esta manera grupos locales alternativos para la sucesión de los cacicazgos. En tanto que, grupo doméstico, la unidad del linaje descansaba en la relación entre el hermano de la madre, las hijas de su hermana y los hijos de ésta; en cuanto grupo de descendencia local, la unidad de linaje reposaba en un conjunto de jefes de grupos domésticos relacionados por consanguinidad común que estaban regidos por un "hermano mayor" (Correa, 1997:10). Las unidades análogas estaban articuladas entre sí pues su existencia exigía de contrapartida para su propia reproducción en la filiación, matrimonio, residencia y sucesión.
Según su jerarquía y magnitud se dividían en capitanías menores (uta) y mayores (sybyn). Un grupo de capitanías constituía una unidad mayor denominada por los españoles pueblo o cacicazgo. Los caciques estaban igualmente jerarquizados e influidos militar y políticamente, sometiéndose a confederaciones o reinos: Bacatá, al sur del altiplano; Hunza, al centro; Duitama y Sugamuxi al norte. Algunos pueblos mantenían su carácter independiente, como Moniquirá, Ráquira, Suta y Sorocotá. Por otro lado, los centros religiosos de Guatavita y Sogamoso ejercían un gran poder político en el mundo muisca.
Así, en la Relación de Tunja de 1610 se señala (Patiño, 1983:361):

"[...] las parcialidades de los indios, son capitanías en los pueblos; en algunos hay tres y cuatro y más capitanes, según la cantidad de gente; empero cacique no hay más de uno en general en cada pueblo; este es el señor principal y a quien todos los capitanes y demás indios reconocen y están sujetos [...] el dominio que los caciques solían tener antiguamente sobre los indios, era muy grande; pero ya se ha reducido a tan pequeño que ahora es ninguno[...] en lo que acuden a reconocer a sus caciques, es en hacerles sus sementeras y cogérselas [...]".

Era tal la sujeción de los indígenas por parte del cacique, "[...] que ninguno podía poner su manta pintada ni comer carne de venado ni matalle y si lo hacía era castigado gravísimamente, ni podía tener ni poseer oro ni traelle sin licencia de su cacique y señor [...]", refiriéndose al vedado de venados que poseían los grandes señores para su despensa (Patiño, 1983:65).
El Zipa, cacique de Bogotá, era el jefe principal de esa tierra, siendo respetado y obedecido por todos los demás caciques que le tenían como señor; también le respetaban algunos panches de la ciudad de Tocaima y algunos indios de los Llanos que le traían cada año sus tributos. El Zipa Sachanmachica inició las guerras de expansión, sometiendo a Fusagasugá y a su aliado Tibacuy, estableciendo allí guarniciones de guechas para salvaguardar su territorio. Su sucesor Nemequene continuó la expansión hacia las regiones de Ubaque y Guatavita - este último subordinaba Tocancipá, Suesca y Chocontá -, extendiendo sus dominios hacia el norte hasta el pueblo de Chocontá. Posteriormente, dominó a los caciques de Ubaté, Susa, Simijaca y Saboyá, incluida Tausa, sujeta a Ubaté (Falchetti, Plazas, 1973:41). De esta manera, a la llegada de los españoles de acuerdo a Ana María Falchetti y Clemencia Plazas (Op. cit.: 42) los dominios del Zipa cubrían los territorios de Saboyá al norte, frontera con los muzos; al nordeste hasta Chocontá; al sur hasta Tibacuy, Fusagasugá y Pasca, límite con panches y sutagaos; al sureste los páramos de Atravesado y Chingaza y los Farallones de Medina delimitaban la frontera natural con los guayupes. En el Interrogatorio sobre el pleyto entre Gonzalo Suárez y Pero Vázquez por los indios de Ycabuco [ca. 1550] (Tovar, 1993,III:173), junto al repartimiento de Bogotá se mencionan Boza, Hontibón, Cota, Machetá, Suesca, Chia, Chocontá, Guasca, Sopó, Guatavita, Ubaté y Symyjaca.
Reconocimientos arqueológicos realizados en la región del Alto río Guatiquía, en la vía hacia los Llanos, señalan la afinidad del material cerámico local (Guatavita desgrasante gris y desgrasante tiesto) con la tradición alfarera muisca, planteándose la posibilidad de que la región estuvo ocupada por un grupo dependiente de los caciques muiscas, o que se trataba de un territorio independiente políticamente pero ligado culturalmente al mundo muisca (Escobar, 1986:120). Por otro lado, en la Relaciones Geográficas del Nuevo Reino de Granada se afirma que el poder del señor de Bogotá era tan grande, que algunos panches de la ciudad de Tocaima y algunos indios de los Llanos le respetaban y obedecían y le brindaban tributo anualmente (Tovar, 1987:77).
El cacique de Guatavita antes de la expansión del señor de Bogotá era respetado y reverenciado pues le tenían "como a mayor señor y de mayor linaje, sangre y prendas" (Simón, 1981; III:324), por poseer el centro religioso más importante del mundo muisca localizado en la laguna de Guatavita. Al Guatavita se supeditaban los poblados del valle de Gachetá, entre ellos Gachetá, Chipazaque (hoy Junín), Pauso (hoy Gama), Ubalá, Gachalá, Cononesupa, Chipaloque, Gachaca, Guachetepa, Intensipa, Teleguasaque, Tenene, Ubatoque, Fómeque, Sesquilé, Suesca, Chocontá, Machetá, Gachancipá, Tocancipá, Cueca (Cuenca), Teusacá, Guasca, Siecha. Estos límites no eran fijos y dependían de la situación política entre el Guatavita, el Zipa y el Zaque (Pérez, 1990b:3-6; Sáenz, 1995:155). Lo cierto es que Guatavita disponía de una gran variedad de productos por su acceso a diferentes microclimas, entre ellos sal, coca, algodón y oro, motivo de intercambio con sus vecinos por intermedio de comerciantes especializados entre los que se destacaban los de Guasca. En alguna época anterior a la conquista el poder religioso de Guatavita primaba sobre el poderío militar del Bogotá, pues mientras el último lograba juntar más de 30.000 hombres de guerra, el primero solamente 2000, aunque contaba con el apoyo del Ramiriquí. Por esta razón, debido a su supremacía numérica el Bogotá terminó conquistando y avasallando al Guatavita. Juan Rodríguez Freyle (1985:31-34) narraba en 1636:

"Ya quedaba dicho cómo Bogotá era teniente y capitán general de Guatavita en lo tocante a la guerra; pues sucedió que los indios de Ubaque, Chipaque, Pasca, FOSCA, Chiguachí, Une, Fusagasugá, y todos los de aquellos valles que caen a las espaldas de la ciudad de Santa Fe, se habían rebelado contra Guatavita, su señor, negándoles la obediencia y tributos, y tomando las armas contra él para su defensa [...] para cuyo remedio despachó sus mensajes a Bogotá, su teniente y capitán general, ordenándole [...] juntase sus gentes, y con el más poderoso ejército que pudiese entrase a castigar los rebeldes [...] En cuya conformidad, el teniente Bogotá juntó más de treinta mil indios, y con este ejército pasó la cordillera, entró en el valle y tierra de los rebeldes [...] alcanzó la victoria, sujetó los contrarios, trajóselos a obediencia, cobró los tributos de su señor, y rico y victorioso volvióse a su casa".

Posteriormente, el Bogotá se enalteció con esta victoria y al calor de una fiesta de celebración de la victoria y henchido por el clamor de sus súbditos decidió supeditar al Guatavita. Juntó sus hombres y las emprendió contra el Guatavita, quien advertido de las intenciones de su adversario "[...] se alborotó y al punto mandó a sus capitanes hacer dos mil indios de guerra que asistiese a la defensa de su persona [...]" (Ibíd); también solicitó ayuda al Ramiriquí de Tunja. El Bogotá para ese entonces había juntado 40.000 hombres con los que doblegó fácilmente al Guatavita y a sus aliados, haciendo en ellos una gran matanza y atrayéndolos a su obediencia. Con la victoria a sus espaldas, narra Rodríguez Freyle (Op. cit.: 43), que el Bogotá partió del campo de Guatavita con más de 50.000 indios de pelea a enfrentar los ataques de panches por el sur y la entrada de los españoles por la provincia de Vélez.
Como señala el etnohistoriador Eduardo Londoño (1988:26-27) el Zipazgo estaba dividido en varias unidades medias de poderío similar, que tanto Saguanmachica, Nemequene, Tisquesusa y finalmente Saquesazipaque integraron en un dominio que se extendía desde Chocontá hasta Fusagasugá; convirtiendo al señor de Bogotá en un jefe muy poderoso, máxime cuando existían profundas diferencias entre el Tunja, Duitama y Sogamoso, lo que les impedía conformar una sola unidad política. La aparición de las huestes españolas impidió este proceso de integración político-militar que pudiese haber finalizado con la extensión de los dominios del Zipa.
El territorio de la confederación de Bacatá era tierra fría, aunque no era tierra de sierras, doblada, sino más bien llana y se extendía por un valle. Generalmente, era sana, poblada de robles, cedros, nogales alisos, buenos para madera. Había abundancia de árboles frutales, maíz, raíces, fríjoles y "[...] alguna coca que traen y siembran en algunos valles calientes que alcanzan; en los cuales asimismo se les da mucha diversidad de frutas que ellos tienen [...]" (Patiño, 1983:65). Venados había en abundancia, especialmente en un vedado del señor principal de Bogotá, pero existía veda estacional sobre su consumo. Las rozas y sementeras estaban a la puerta de su morada, y, por esta razón, las poblaciones estaban separadas unas de otras, aunque las que se extendían por la sabana de Bogotá casi estaban en forma de pueblo, y "[...] las sementeras en este valle algunos años previenen se prestó los indios con sembrar en la tierra caliente que alcanzan y en el entretanto que se coge se sustentan con papas [...]" (Ibídem). En los términos de la ciudad de Santafé de Bogotá había una gran diversidad de fuentes de agua salada que explotaban para obtener sal comestible. En las fuentes lacustres y fluviales se obtenía un pescado sin escamas, como anguilas, y muchos cangrejos.
El Zaque, cacique de Hunza, extendía sus dominios absolutos sobre los valles cercanos a Tunja. Hacia el occidente abarcaba los valles de Cucaita y Sora; hacia el sur los valles de Tenza, Garagoa y Somondoco. Al respecto afirmaba Fernández de Piedrahita (1942, I: 91-92):

"Cíñenla dos colinas rasas, una a la parte de oriente, donde habitan los chibataes, soracaes y otras naciones que se extienden hasta la cordillera que divide los llanos de San Juan de lo que al presente se llama Nuevo Reino; la otra al occidente, llamada la Loma de los Ahorcados... o cuesta de la Laguna, por el valle que tiene a las espaldas... donde hay un gran lago y en que habitan las naciones de los tibaquiraes, soras, cucaitas... furaquiras y otras que por el mismo rumbo confinaban con las tierras de los caciques de Sáchica y Tinjacá, señores libres y de la provincia... donde está fundada la Villa de Leiva. Al sur de las dos colinas, cinco leguas distante, tenía su estado el cacique Turmequé, señor poderoso y sujeto al Tunja... y aunque todas aquellas tierras son ásperas y dobladas, por ser tan fértiles las ocupaban muchas naciones, como son los boyacaes, icabucos, tibanaes, tenzas y garagoas, y al norte era señor de los motabitas, sotairaes, tutas y otros muchos, hasta confinar con el Tundama, señor absoluto y poderoso [...] A estos términos y calidades se reducían el señorío y estados del Tunja [...]".

Tenía gran diversidad climática, "[...] llena de valles y cerros, y los valles son llanos, unos templados y otros calientes; son muchos de ellos fértiles y de la mejor tierra, pero en menor cantidad que la alta de cerros y cuestas, que esta es mucha y no del todo estéril [...] es el temple más sano que enfermo, respecto de la sequedad, y más sano es cuando llueve o está el cielo cubierto de nubes, de manera que el sol no pueda estar, y lo mismo es en los frutos, que se dan mejor en los tiempos lluviosos y nublados que en los claros, que es cuando el sol y hielos los dañan [...]" (Patiño, 1983:339). Estaba rodeada de importantes manantiales (Soya y Aguayo) y fuentes fluviales (Chicamocha y Sogamoso) y lacustres (Tinjacá o Fúquene y Guáquira o Tota) que proporcionaban variedad de peces (capitán, sardinatas, bagre), patos y agua potable de buena calidad. Al norte existían varias fuentes saladas que proporcionaban sal comestible. En sus tierras crecían árboles que suministraban maderas, animales de monte, aves, frutas, hortalizas, yerbas y flores que brindaban lo suficiente para el sustento nativo. Los indios de esta provincia que vivían en tierras calientes cultivaban algodón, coca y tabaco que intercambiaban con los de tierras frías.
Existían territorios independientes que ocasionalmente se supeditaban al dominio del Zaque, pero dependiendo de su poderío y lejanía del centro del poder político podían asumir posiciones evidentemente independientes. Tundama (Duitama), por ejemplo, sobresalió por su lucha de independencia ante vecinos y españoles. Al respecto comentaba Pedro Simón (1981, IV: 105):

"Fue siempre el cacique Tundama o Duitama, tan valeroso, que en él parece se había encerrado toda la dificultad de la conquista y pacificación de los indios de la provincia de Tunja. Pues estuvo con muchas rebeldías hasta muchos días después que los demás estaban ya pacíficos. Y así fue necesario tomar de propósito para que él lo estuviera, el conquistarlo [...] aunque siempre con determinación, por ser tan belicoso, de defenderse y no reconocer a nadie vasallaje".

De aquí, se deduce que si el indómito Tundama no se doblegó ante los españoles, mucho menos lo hizo ante sus vecinos muiscas, menos poderosos. Sin embargo, se encontraba en la zona de influencia de la provincia de Tunja, quizá mediante el sometimiento a la supremacía numérica y bélica del Zaque. Junto al repartimiento de Duitama en el Interrogatorio sobre el pleyto entre Gonzalo Suárez y Pero Vázquez por los indios de Ycabuco [ca. 1550] (Tovar, 1993, III: 174) se mencionan Honzaga, Turmequé, Sachica, Saquençipa, Subta, Monquirá, Sora, Cuqueyta, Toca, Guacheta, Le(n)guasaque, Garagoa, Ubeyta, Chiramyta, Tibasosa, Totaguaquira (pueden ser Tota y Guaquira), Vaganique, Boza, Macheta y Chocontá. A Duitama se supeditaban Cerinza, Chitagoto, Paipa, Soatá, Onzaga, Susacón y otros pueblos (Falchetti, Plazas, 1973:43; Gacha, Guacha, Ocavita (probablemente Sativanorte), Paypa, Soatá y Onzaga, Suta, Betéitiva (a veces tributaba al Sogamoso), Oytivá, Baysa, Bneto, Bonza, Coguaya, Connba, Cupa, Cuyaquirá, Chequearque, Chicamocha, Faytiva, Gámeza (probablemente Ganza), Guachetá, Icabuco, Latapa, Litopaya, Tobara, Mocha, Monra Gatonda, Muchicán Tobano, Nengore, Ocheto, Patería, Paypativa, Saquencipa, Sativa, Sisa, Sisatunja, Socotá, Socha, Soquirá, Suitoto, Susa, Tagasa, Tasguato, Tuequito, Tibabita, Tibaco, Tibativa, Tirque, Tirasa, Tobana, Tocanta, Togabía, Tonnsa, Tuchaga, Turora, Lupachoque (Tupachoque?), Tutasá (Tirasa?) (Jara, Sotomayor, 1989:187). La lengua duit que allí se hablaba se trataba de un chibcha bastante diferenciado (Ortiz, 1965:47).
Soatá, ubicado en un valle sobre el río Chicamocha, era considerado uno de los repartimientos más importantes no solamente de la provincia de Tunja, sino de todo el mundo chibcha, pues era un poblado fuerte al ser la puerta de entrada al territorio muisca; se sembraba coca en abundancia, de vital trascendencia en el comercio prehispánico; y por la fertilidad de sus tierras, muy buenas para la cría de ganado y la siembra de cereales (Tovar, 1993, III: 181). Es probable, entonces, que su acceso fuese disputado por varios grupos étnicos.
Por su parte, aún no se ha establecido el nivel de independencia de Sogamoso, supremo agorero y cabeza de los jeques, señalado por su gran importancia religiosa entre los muiscas por encontrarse allí el denominado templo del sol, su principal centro religioso. De acuerdo al cronista Juan de Castellanos (1997) el Tunja recibió ayuda del Sogamoso en su lucha contra el Bogotá con más de 12.000 hombres de guerra valientes, para enfrentar a Nemequene; de esta manera figuraría como aliado y no como sujeto al Tunja (Londoño, 1992:9). A Sogamoso se sujetaban Betéitiva (a veces tributaba al Tundama), Bombazá, Busbanzá, Coasá, Cosquetivá, Cuítiva, Chámeza, Chipa, Chusbitá y Sagara, Chipatá, Chuymite, Cominitochoque, Cravo Labranzagrande, Firavitoba, Gámeza, Gómeza, Guáquira, Manbesa, Mongua, Mona, Monguí, Monquirá, Ochicá, Pesca, Pisba, Soaca, Sogotá (Socotá?), Suscón, Totoya, Tirintobasya, Tibasosa, Tocaaca, Tópaga, Topaya, Tutarasgo, Tutasipa, Yscote, Osamena, Tasco, Toca, Tota (Tovar, 1980:22; Falchetti, Plazas, 1973:62; Ramírez, Jara, 1989:186). Hacia el norte se pudo extender hasta Jericó, aunque en esta región no está clara la delimitación entre muiscas y laches (Pérez, 1997).
En las Relaciones Geográficas algunos pueblos laches (Guacamayas, Panqueva, Cocuy, Cochavita, Chiscas, Chita, Ura, Cheva, Chusbita) fueron incluidos dentro de la Provincia de Tunja con el fin de tasar el número de tributarios (Tovar, 1987:87-88), lo que señala las buenas relaciones entre Tunja, Sogamoso y los laches, pues los españoles no fusionarían ni enemigos ni poblaciones culturalmente disímiles. Los cronistas resaltaron las "[...] buenas correspondencias que siempre había tenido con el Tunja [...]" (Simón, III: 434).
Otros pueblos como Saquencipa, localizado en la jurisdicción de Villa de Leyva, Sáchica y Tinjacá eran señores libres (Tovar, 1970). Falchetti y Plazas (1973:7-8) añaden los caciques de Moniquirá, Ráquira, Sutamarchán y Chiquiza. Por su parte, Londoño (1987) agrega Samacá, Sora, Saquenzipa, Gachantivá y Sorocotá. Chiquinquirá, considerado también independiente, gozaba de una privilegiada posición estratégica por la cobertura de climas cálidos, templados y fríos, lo que le brindaba el acceso a una gran variedad de productos. Habría que definir el carácter independiente de estos caciques. Lo cierto es que antes de la llegada de los españoles el territorio muisca era un mosaico de cacicazgos de regular tamaño integrados por el Tundama (Duitama), Sogamoso, Hunza (Tunja), Saquenzipa, Monquirá, Ubaté, Guatavita, Guasca, Bacatá (Bogotá), Ubaque y Fusagasugá; riñendo los datos etnohistóricos con los arqueológicos (Londoño, 1992:12). Todo el territorio se encontraba fragmentado en unidades de tamaño medio, con poderío local, de intereses rentistas que trataban de beneficiar a sus propias localidades y se apegaban a aliados estratégicos en la medida que se agudizaban las contradicciones entre los grupos enemigos. Al incrementarse el poderío económico, político, militar y demográfico de algunas regiones como Bogotá, las localidades menores se fueron integrando con las mayores. Así, la elaboración de un mapa de distribución de las comunidades chibchas de los andes orientales, hacia la llegada de los españoles debe tener en cuenta la flexibilidad cronológica, espacial y cultural de sus fronteras. Para nuestro caso hemos simplificado el mapa aproximado de distribución de las comunidades chibchas hacia la llegada de los españoles, teniendo en cuenta las propuestas de Falchetti y Plazas (1973), Ramírez, Jara (1989), Londoño (1988, 1992) y recientes resultados arqueológicos y etnohistóricos (Moreno, 1992; Pérez, 1997)(Mapa No. 3).
Por esta razón se colige que el proceso de surgimiento y consolidación de la sociedad muisca no fue homogéneo por la gran diversidad de poderes locales. Las dos confederaciones más fuertes, Bacatá y Hunza, eran muy diferentes como bien lo explica fray Pedro Simón en sus Noticias Historiales (1981, IV: 158):

"[...] no solamente eran diferentes en los ánimos, trayendo sangrientas guerras entre los dos [...] sino también en las len-guas, porque aunque convenía en algunos vocablos, eran tan pocos que se enten-dían muy poco los unos de los otros [...] no tenían lengua común en sus tierras sino que cada pueblo hablaba con su idioma diferen-te [...] Si lo tenían de ventaja los bogotaes que se entendía un poco más su lengua, pues se hablaba en toda la sabana que ahora llamamos Bogo-tá [...] en saliendo de la sabana y sus pueblos a cualquier parte, comienzan mil diferencias [...] y cuanto más se van desviando de ella, mayores van siendo las diferencias hasta venirse a no entender unos a otros".

Los estudiosos de las lenguas chibchas en el siglo XVI advirtieron la diversidad de dialectos que se hablaban en el altiplano cundiboyacense, lo que dificultaba su aprendizaje. El lingüista Sergio E. Ortiz (1965:46) cita una réplica de fray Diego Malo de Molina al arzobispo fray Luis Zapata de Cárdenas:

"Es imposible que verdaderamente la sepan por ser diferentes lenguas, y en un valle suele haber dos o tres lenguas, y en otros valles lo mismo, de manera que si algún clérigo sabe en alguna manera parte de la lengua Bogotá, no saben la del rincón de Suesca, ni Nemocón".

Empero, en la Relación de Popayán y del Nuevo Reino de 1559-1560 se afirma que a pesar de haber mantenido guerras entre los caciques de Tunja y Bogotá, lo que los obligaba a sostener guarniciones en los confines de sus tierras al mando de un capitán general, que procuraban atraer y sujetar cada uno lo que podía, no obstante, "[...] son los señores y caciques desta ciudad y los naturales, de la misma suerte y trato y manera de vivir y ritos y ceremonias que los de Santa Fe, sin haber diferencia ninguna [...]" (Patiño, 1983:72). Pero se subrayan las diferencias climáticas entre ambas provincias. La de Tunja, por ejemplo, tenía más valles calientes donde se daba algodón con el que hilaban y tejían mantas. También era más numerosa en todos los mantenimientos y en naturales.
Desde el punto de vista ecológico las sociedades chibchas descritas se especializaron en la explotación del sistema andino, desde las partes altas del ecosistema del bosque subandino (1000-2300/2500 msnm), hasta el ecosistema andino (2300/2500-3200/3500 msnm); aunque en determinadas temporadas explotaban las cotas bajas del sistema subandino a su alcance, el cual compartían con sus vecinos. Sus vecinos empleaban una práctica similar, pues además de explotar ambientes de tierras cálidas aprovechaban los recursos de climas más templados. Algo similar ocurre con los u'wa (Osborn, 1995) y sucedía con los guayupes. El territorio de estos últimos participaba tanto de los altos de la cordillera como de lo bajo de los llanos, porque "[...] desde donde el pueblo (San Juan) está puesto, para arriba está toda la serranía que cuelga y depende de la cordillera, donde toda la más de esta gente Guayupes están poblados, la cual es tierra no muy escombrada ni rasa, porque partes tiene y cría en sí grandes montañas, y a partes sabanas [...]" (Aguado, 1956, I: 587). La zona de transición o efecto de borde entre dos ecosistemas, denominada ecotono, constituía un ambiente bastante propicio para el hábitat por cuanto las poblaciones se beneficiaban de los aportes de ambos biomas, pero representaba al mismo tiempo una zona de permanente conflicto por su acceso.
En cuanto las prácticas fúnebres los cronistas incluyen prolijas descripciones pues los conquistadores fueron los primeros guaqueros del país y su avidez de oro les condujo al saqueo de cuanta tumba localizaban. Fray Pedro Simón (Op. cit., III: 327) relata que a los muertos se les enterraba con sus "[...] comidas y bebidas, armas, vestidos y telas con que hacer otros en rompiéndose aquellos con que los enterraban". El oro del difunto no lo enterraban con el cuerpo sino arriba, en la superficie de la tierra, conque lo cubrían con sólo una cuarta de tierra encima, como se estilaba en la provincia de Tunja. Simón (Op. cit.: 256) anotaba:

"De este modo hallaron /los españoles/ en una sepultura de una casa antigua y despoblada, que debió ser de algún principal señor, una mochila algo prolongada, hecha de palma, cosida la boca con un hilo macizo de oro, toda llena de tejuelos de oro, que venía a pesar todos dos mil libras de oro fino".

Se dice que esta riqueza era poca comparada con la de los caciques principales, como posiblemente sucedió con el de Tunja, cuya riqueza se arrojó según las leyendas al pozo de Donato. A los principales se les momificaba y colocaba en cuevas y se les ofrendaba majestuosamente con oro, esmeraldas puestas en ojos, narices, orejas, boca y ombligo, acompañados de sus mujeres y siervos (Op. cit. 406-407):

"Eran varios los modos con que enterraban los difuntos, porque a los reyes y caciques de ordinario les sacaban las tripas e intestinos en muriendo, y con una resina que llamaban mocoba, que se hacía de unos higuillos de leche pegajosa y otras cosas con que la mezclaban, embalsamaban los cuerpos y después de llorados en sus casas seis días, los enterraban en unas bóvedas o cuevas que tenían ya hechas para eso, envolviéndolos en mantas finas, poniéndoles a la redonda muchos bollos de su maíz y múcuras de su chicha, sus armas, que eran las que muchas veces hemos dicho, y en la mano un pedazo o tiradera hecha de oro [...] A los reyes bogotaes, demás de lo dicho, metían el cuerpo en un tronco de palma con cabo, según la estatura de cada uno, forrado de dentro y fuera de gruesas planchas de oro fino, cubiertas con otra de lo mismo, de donde tomó fuerzas la fama para decir que los bogotaes se enterraban en ataúdes de oro [...] Otros secaban los cuerpos de sus difuntos a fuego manso en barbacoas, y en otras las ponían dentro de bohíos que tenían dedicados como para entierros".

Al pueblo raso se le enterraba en los campos solamente envuelto en una manta, sobre cuya sepultura plantaban un árbol para deslum-brar el sitio. La mayoría de enterramientos excavados en la sabana de Bogotá se caracterizan por ser de fosas rectangulares con el cadáver en decúbito dorsal y miembros extendidos (Correal 1974; Botiva, 1988). En otras los cuerpos se colocaban en posición fetal sedente (Boada, 1987; Pradilla et al. , 1992).
Recientes estudios paleodemográficos del cementerio de Soacha (Rodríguez, 1994b) y reconocimientos arqueológicos regionales de los valles de Fúquene y Susa (Langebaek, 1995), demuestran que la densidad demográfica en las áreas estudiadas era muy baja, especialmente durante el período Muisca temprano (siglos IX a XII d. C.), intensificándose en el período tardío (siglos XIII a XVII d. C.), acercándose a la capacidad de carga pero sin superarla. Por consiguiente, se puede prever que no existían serias dificultades en cuanto a niveles tróficos de obtención de recursos alimenticios, ni altos niveles de degradación ambiental para esas regiones, excluyendo quizá los sitios de asentamiento estratégico defensivo, por ejemplo, las islas sobre las lagunas, y los sitios de obtención de materia prima para la industria alfarera (Guatavita, Sutamarchán, Villa de Leyva). La baja densidad demográfica para toda el área chibcha, cercana a los 20 a 30 habitantes por km² permiten, en general, hacer una aproximación en buena parte de la Cordillera Oriental.
Si apreciamos la gran extensión territorial ocupada por los muiscas, cercana a los 20.000 km² de acuerdo a Guillermo Hernán-dez (1987); cerca de 30.000 km² si se incluye a los chib-chas de la Cordille-ra Oriental, cuya delimitación geográ-fi-ca no se demar-caba por amurallamientos naturales; la relativa-men-te baja densi-dad de población acompañada de un patrón de asenta-miento disper-so; la variedad de microclimas y la posibi-lidad de explota-ción estacio-nal de diferentes pisos térmicos, se evidencia una gran diferenciación cultural, en la que se mante-nían estre-chos contactos culturales sin que se perdieran sus particularida-des regionales. La heterogeneidad cultural y lin-güística condi-cionó en gran medida la ausencia de un poder centralizador único que consolidara la estructura económica, política, militar y religiosa sobre toda la Cordillera Oriental. Sin embargo, dadas las rivalidades entre Tunja y los caciques de Saboyá, Duitama, Sogamoso y Guatavita, además de la mayor homogeneidad de la Sabana de Bogotá, y el hecho de que esta última confederación impulsó un proceso de expansión política, es probable que en un amplio período hubiera finalizado con la asimila-ción de las confederacio-nes vecinas de Hunza, Sogamoso y Tundama, inte-rrumpido por la conquista españo-la.
Referente a las enfermedades padecidas por los naturales de estas provincias en las Relaciones se afirma que, "[...] las enfermedades más ordinarias son romadizos fáciles, ventosedades, dolores de costado, mal de orina, y mal francés, ocasionado más de vicio que de naturaleza de la tierra" (Op. cit.: 340).
En cuanto a los conflictos bélicos sostenidos intralocal e interlocalmente se dice que mantenían guerras por la parte de los llanos con "[...] muchas gentes bárbaras que habitan en ellos, unas a modo de alabares que no paran mucho tiempo en un lugar, y otras que tienen poblaciones de asiento; pero la guerra no es más de tenerlos en frontera, pero nunca hacen daño si no los van a buscar" (Op. cit. : 363). Al norte mantenían guerras con los yareguíes y al occidente con los muzos, colimas y panches. Las rivalidades con los muiscas de otras confederaciones aunque no eran tan sangrientas como con otros, exigía no obstante, de cierta asignación de recursos para su salvaguarda.
En resumen, las sociedades prehispánicas de la Cordillera Oriental, especialmente la muisca, fueron el fruto de un arduo proceso de complejización de sus estructuras, partiendo por los primeros plantadores tempranos que se asentaron hace varios milenios, hasta las complejas sociedades agroalfareras que observaron los conquistadores españoles a finales del siglo XV. Este proceso milenario condujo al conocimiento de un rico medio ambiente que permitió la domesticación de variadas plantas y de algunos animales.
En estas circunstancias, no es de sorprender, que la productividad de sus economías era de tal magnitud que permitía la acumulación de excedentes alimenticios, suficien-tes para sostener sistemas de almacenamien-to que proveyeran de lo necesa-rio a la alta jerarquía, a los artesanos especializados, guerre-ros locales y mercenarios, desvinculados del sistema de produc-ción agrícola. La explotación de diversos ecosistemas a nivel altitu-di-nal contribuyó igualmente a mejorar los sistemas de abasteci-miento. Como lo subrayan enfáticamente la mayoría de investigadores, las comunidades chibchas de la Cordillera Oriental eran autosuficientes en cuanto la producción de alimentos, intercambiaban productos según lo cultivado en distintos pisos térmicos - coca, algodón y yuca en los cálidos por papa, arracacha y batata en los fríos -, siendo abrumadora la importancia del maíz que se cultivaba en casi todos los biomas (Langebaek, 1990:145).
Desde el punto de vista genético cabe esperar alto grado de homogeneidad intragrupal entre los chibchas (muiscas, laches, guanes, chitareros) dado el patrón de matrimonios exogámicos intralocales pero endogámicos en sentido interlocal; diferencias morfológicas entre los muiscas del norte y del sur, especialmente, entre los primeros (Tunja, Duitama, Sogamoso) por la gran variedad cultural y la fragmentación política; similitudes entre muiscas del norte y laches por los contactos religiosos; diferencias entre guanes y sus vecinos chibchas por las barreras geográficas; diferencias muy marcadas entre los grupos chibchas y sus vecinos caribes del Valle del Magdalena y los arawaks de los Llanos Orientales por las permanentes confrontaciones bélicas
A pesar de las diferencias ecológicas, lingüísticas, culturales y somáticas entre los chibchas, se pueden citar algunos aspectos comunes: 1. Los asentamientos se seleccionaban según el dominio estratégico del paisaje y sistemas defensivos; 2. Se buscaba el acceso a recursos hídricos que servían como ejes del sistema de comunicaciones; 3. Control de varios pisos térmicos para allegar a diversos productos agrícolas. El desarrollo cultural se puede dividir en dos grandes períodos: uno temprano, hasta el siglo XII d. C., de baja densidad demográfica, y uno más tardío a partir del siglo XIII d. C. caracterizado por un incremento poblacional, mayor complejidad social y momificación para la alta jerarquía como principal distintivo de estatus. El surgimiento de este último período coincide con fuertes cambios climáticos que redujeron las zonas de inundación, ampliando las áreas de cultivo en fértiles suelos anteriormente anegados, facilitando la extensión territorial. Este fenómeno ecológico aunado a la creciente complejización social condujo a la ocupación de valles formados por antiguas lagunas